jueves, 1 de octubre de 2009

¿Quién ama a Paquita Gallego? (Digresiones con resortera, Lectorum 2004)

Descubrí que era un niño diferente el día que vi, como Napoleón las pirámides, los senos de Fanny Cano en una telenovela que se llama “Ruby”. Si la memoria no me traiciona, la señora Cano era una villanaza llevada de la mala que cometía atrocidades terribles. Esa fue la primer lección; normalmente las mujeres perversas en las comedias están infinitamente más buenas que las heroínas.
Mucha agua ha corrido desde entonces, los que eran galanes en mis tiempos, hoy son una bola de viejitos seniles que utilizan gazné y se pintan el pelo, además las tramas se han modernizado y ahora incluyen temas que hubieran causado un supiritaco social hace veinte años, como la homosexualidad o el adulterio femenino, patrones sociales que por cierto se presentan desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer.
Nunca, lo que se dice nunca he visto completa una telenovela y no hago esta declaración presa del mismo orgullo de los mamones que se sienten intelectuales y todo les sabe a quesadilla. En realidad es un problema –supongo- de oportunidad ya que los horarios en que se transmiten lo que las viejas chotas llaman “comedias” están pensados para todo aquel ciudadano libre que no tenga empleo fijo. Si embargo, algunas observaciones sí he hecho sobre un tema tan apasionante y es mi interés compartirlas con usted.
Lo primero que uno nota al ver una telenovela es que la gente buena lo es hasta la imbecilidad, esta especie cotiza en bolsa bajo la razón social de la santidad; son leales, fieles, honestos y cariñosos. Nunca se dan cuenta que los que están a su lado los quieren pasar a perjudicar. Desde luego nos encontramos con un grupo de mutantes que en una hipótesis atrevida, mas no por ello carente de juicio, podrían haber descendido el jueves de la nave especial o son de plano idiotas. Los villanos, en cambio, son más interesantes, como ya expliqué, las féminas son despampanantes y normalmente lujuriosas como el diablo. A los señores villanos nada les importa; babean bilis, le ponen los cuernos a sus amigotes o se clavan lana y urden intrigas dignas hijas de su inteligencia, como por ejemplo, chingarle los frenos al coche, violar doncellas entre risas malvadas o andar con el chisme de que la heroína es una mujer liviana.
En toda telenovela que se respete hay una figura que es la chistosa, por algún misterio que tiene que ver con la idiotez humana, este señor normalmente es uno que habla como vendedor de Tepito y que utiliza este vocabulario para desenvolverse entre personas que tienen casa en Mónaco, normalmente dicho personaje es medio ladrón y mentiroso, sin embargo la propuesta escénica lo presenta como un “pícaro encantador” (sentí un escalofrío al escribir: “pícaro encantador”).
De las tramas mejor ni hablamos ya que normalmente han sido diseñadas por alguien que padece una forma avanzada de oligofrenia. Lo normal es que a alguien le vaya como la chingada (entre la opciones pueden ser que se quede ciego, sufra un traumatismo cráneo encefálico que le impida reconocer a su señora madre o que sea acusado de un asesinato que no cometió) y se reponga a base de esfuerzo hasta casarse con el hombre o la
mujer de sus sueños. El villano, en cambio, lleva siempre un castigo ejemplar que puede consistir en acabar en el bote, sufrir alguna mutilación terrible o terminar babeando mocos en una alfombra mientras grita que no.
Lo último que llama mi atención son los títulos; hace unos días descubrí con cierto sobresalto que existe una telenovela de nombre: “Yo amo a Paquita Gallego”. Ignoro quién es Paquita Gallego pero me imagino que para amar a alguien con semejante nombre hay que tener una gran entereza moral. Con tal apelativo pienso en una señora de sesenta años con chongo y lunar de verruga que hace champurrados y teje la calceta a las seis de la tarde.
También se pueden encontrar nombres como “La chacala”, que debe ser bravísima o “Los ricos también lloran” que, como se sabe, es un momento que ocurre cuando pierde Guadamur en el Hipódromo o se divorcian las infantas de España.
Espero que usted, querido lector, que se toma la molestia de escribirme, me aclare por lo menos quién es Paquita Gallego... en un descuido la podría amar.